06 enero 2008

Admiración


Si no te ha sorprendido nada extraño durante el día, es que no ha habido día.
John Archibald

Viendo en un día como hoy, como millones de niños disfrutan del milagro de la ilusión, a todo el mundo, o por lo menos al que escribe estas líneas, le apetece volver a su más tierna infancia y poder disfrutar con un regalo como con una subida de sueldo.

Recientemente releí el Principito; un libro para adultos desde la perspectiva de un niño. Hay una frase que me marcó (en realidad hubiera subrayado el libro entero): “Únicamente los niños saben lo que buscan. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran…”

Es increíble esa capacidad de disfrute y goce del presente; donde lo más importante es lo justamente inmediato, donde no hay más perspectiva y obligación que uno mismo, y donde cualquier cosa que nos parece elemental y básica, para ellos es lo más increíble de este mundo.

Esa capacidad de admiración es la que vamos perdiendo con la edad. Tal vez porque nos vayamos dando cuenta de que el mundo funciona siempre igual, o de que nada merece tanto la pena, de que todo es fugaz, y de que lo importante en esta vida es una casa, un trabajo y una familia.

Y quizás erremos. Pero erremos la Humanidad en conjunto. Quizás nosotros mismo hayamos caído en es juego, y ahora no sepamos volver al juego del niño, con su muñeca de trapo, sin tener que fingir devoción en sus obligaciones, sin tener que enmascararse con mentiras ni disfrazarse con apariencias. Reír cuando quiere reír; y llorar cuando quiere llorar.

La admiración por las cosas es la base de todo conocimiento y de cualquier satisfacción y alegría. Cuando uno la pierde del todo, se convierte en un autómata que vaga por el mundo esperando un destino en vez de salir a buscarlo.

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