Al contrario que sucede con los éxitos, con los cuales sentimos euforia; con los fracasos sentimos un golpe moral, ocasionalmente permanente y difícil de franquear. Solemos fracasar con la misma o más frecuencia que con que disfrutamos de éxitos, pero ¿qué es fracasar?
El fracaso es una negación de nuestras expectativas. Sin expectativas no hay fracaso; ni éxito, pero no es del éxito de lo que quiero hablar. Sentimos que hemos fracasado cuando esperábamos la consecución de algo, generalmente promovido por nosotros o donde tengamos intervención.
El esfuerzo y la dedicación que nosotros le pongamos a algo, el empeño, el tiempo o el interés medirán el futuro fracaso o éxito. Es por tanto el fracaso, como tantas cosas en esta vida, relativo. Uno puede hacer de un fracaso el mayor de los que ha sufrido jamás, o dejar este como una levedad.
Quiero decir por tanto que somos dueños de nuestros fracasos. Nosotros elegimos el valor que debe tener ese fracaso. Nosotros sentimos ese fracaso según le dejemos, según le demos la importancia que demos.
De lo que se trata por tanto es de relativizar la importancia del fracaso, darle importancia a lo que la tiene, y quitársela a lo que no merezca la pena. Quizás esto nos ayude a ser un poco más felices.
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