La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte.
Hay muchas ocasiones de la vida en las que la consecución de ciertas acciones no depende de nosotros; en las que los resultados de operaciones, pensamientos, decisiones o circunstancias son totalmente ajenos a nosotros. Es entonces cuando toca esperar.
La espera puede realizarse básicamente de dos maneras: activa y pasiva. La espera activa es aquella que realizamos concurrentemente con otras actividades; es la espera que puede quedar relegada a una segunda posición, o por lo menos comparte la primera. Es una espera que sucede casi sin darnos cuenta, que nuestro cerebro alivia sufrimiento gracias a las realización de otra actividad, y desvía nuestra atención parcial hacia la espera.
La otra, sin embargo, requiere más de nuestra atención. No porque queramos, sino porque cuando algo nos preocupa o aturde, o creemos que algo está inconcluso, o albergamos cualquier tipo de incertidumbre, le dedicamos tiempo en nuestro pensamiento; como si el hecho de pensar más o menos fuera acaso a cambiar el resultado.
Hay quien lleva la espera mejor, y quien la lleva peor. También depende mucho de lo que uno está esperando. Si uno tiene confianza en que todo sucederá conforme tiene previsto, la espera es fácil. Por otro lado, si eso que espera no tiene importancia alguna, o apenas la tiene, la espera tampoco se hace ardua.
Por lo tanto, las personas pacientes son aquellas que o bien confían en el desenlace positivo de las cosas, y por tanto caen en el lado de los optimistas; o por otro lado, saben relativizar las cosas. Las personas pacientes, saben que nada es para siempre, que todo es relativo, y que no hay mal que por bien no venga. Saben buscar solución a los problemas, saben restar importancia a los males o saben perfectamente quitarle trascendencia a la vida, asumiendo que insignificancia de cada uno de nosotros.
Generalmente, el paciente es a la vez optimista, y el optimista suele generalmente también saber relativizar las cosas, contextualizarlas, y comprender que realmente nada merece la pena tanto como la felicidad o el bienestar. Los impacientes no obstante, suelen ser trascendentes, creen que cada momento puede ser el último, que cada acción que uno realiza en la vida es determinante, y que cada momento es una aventura.
Una vez más sacrificamos la estabilidad a favor de la pasión, la emoción y los nervios.
Inmanuel Kant
Hay muchas ocasiones de la vida en las que la consecución de ciertas acciones no depende de nosotros; en las que los resultados de operaciones, pensamientos, decisiones o circunstancias son totalmente ajenos a nosotros. Es entonces cuando toca esperar.
La espera puede realizarse básicamente de dos maneras: activa y pasiva. La espera activa es aquella que realizamos concurrentemente con otras actividades; es la espera que puede quedar relegada a una segunda posición, o por lo menos comparte la primera. Es una espera que sucede casi sin darnos cuenta, que nuestro cerebro alivia sufrimiento gracias a las realización de otra actividad, y desvía nuestra atención parcial hacia la espera.
La otra, sin embargo, requiere más de nuestra atención. No porque queramos, sino porque cuando algo nos preocupa o aturde, o creemos que algo está inconcluso, o albergamos cualquier tipo de incertidumbre, le dedicamos tiempo en nuestro pensamiento; como si el hecho de pensar más o menos fuera acaso a cambiar el resultado.
Hay quien lleva la espera mejor, y quien la lleva peor. También depende mucho de lo que uno está esperando. Si uno tiene confianza en que todo sucederá conforme tiene previsto, la espera es fácil. Por otro lado, si eso que espera no tiene importancia alguna, o apenas la tiene, la espera tampoco se hace ardua.
Por lo tanto, las personas pacientes son aquellas que o bien confían en el desenlace positivo de las cosas, y por tanto caen en el lado de los optimistas; o por otro lado, saben relativizar las cosas. Las personas pacientes, saben que nada es para siempre, que todo es relativo, y que no hay mal que por bien no venga. Saben buscar solución a los problemas, saben restar importancia a los males o saben perfectamente quitarle trascendencia a la vida, asumiendo que insignificancia de cada uno de nosotros.
Generalmente, el paciente es a la vez optimista, y el optimista suele generalmente también saber relativizar las cosas, contextualizarlas, y comprender que realmente nada merece la pena tanto como la felicidad o el bienestar. Los impacientes no obstante, suelen ser trascendentes, creen que cada momento puede ser el último, que cada acción que uno realiza en la vida es determinante, y que cada momento es una aventura.
Una vez más sacrificamos la estabilidad a favor de la pasión, la emoción y los nervios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario