"La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante."
Søren Kierkegaard
Todos hemos leído alguna vez una novela. O al menos, hemos visto una película. En ambas situaciones, se narran las vidas de personajes con las que muchas veces nos sentimos identificados. Querríamos ser ellos en ocasiones. Empatizamos con ellos. Sentimos con ellos. Y simplemente son personajes de una historia. ¿Qué pasaría viéramos nuestra vida como un relato o, simplemente, nos dedicamos a relatar nuestra vida?
Ese relato de vida, esa forma que tenemos nosotros mismos de contar nuestra propia historia, de verla y de vivirla, va a condicionar la manera en la que la vamos a vivir y, sobre todo, lo que vamos a sentir cuando la estamos viviendo. El relato que hagamos de nosotros mismos contribuirá a nuestra propia imagen.
Esta historia tiene dos momentos. Una es la historia pasado. La historia ya vivida. Lo ya acaecido. Ésta se basa en los recuerdos, en las sensaciones experimentadas, en lo que fuimos. La segunda, sin embargo, es la historia del futuro, la historia que está por construir. En esta última creamos las expectativas, esperanzas e ilusiones de lo que vendrá mañana, de lo que seremos mañana. Es una narración adelantada, una suerte de declaración de intenciones, pero que marcará de una manera inevitable el momento presente.
El narrarnos de manera poética el futuro nos puede ayudar a que este llegue de esa manera que pretendemos. El darle forma bella al porvenir puede traer la belleza de ese futuro. El creer en nuestra propia historia puede ser suficiente para darnos fuerza al ir a por ella. Esa ilusión que nace casi por completo en la belleza del relato.
Por eso creo que es importante que mantengamos siempre vivos nuestros propios relatos: el de ayer y el de mañana. Porque a través de la narración de nosotros mismos podemos ver y sentir la belleza, grandeza y armonía de nuestras propias vidas. Como si de personajes de ficción se tratara.
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