Los que se enamoran de la práctica sin la teoría son como los pilotos sin timón ni brújula, que nunca podrán saber a dónde van.
Se habla con relativa frecuencia de los intelectuales con la intención de dar una legitimidad al mensaje que es transmitido por su parte, aprovechando el respeto que la sociedad les profesa y la autoridad (en su sentido etimológico) que les confieren. Que un mensaje sea promulgado por un llamado intelectual gana ciertos enteros, y es por ello que muchos se empeñen en llamar intelectual a cualquier cosa.
Es esto una más de las consecuencia de la sociedad actual, la sociedad del eufemismo, la sociedad del cambiarle el nombre a las cosas y de llamar a unos conceptos con la denominación de otros, de tal manera que la mente del oyente (o lector) se amolde y se oriente hacia un concreto pensamiento, lo que implica acercarnos cada día más al doblepensar orwelliano que trae consigo la pérdida de libertad que previó Confucio: “cuando las palabras pierden su significado, el hombre pierde su libertad”.
Una vez enunciada mi disconformidad con la definición (o el uso, mejor dicho) de intelectual que destaca en la sociedad actual, quiero proponer en esta entrada la mía propia.
Cotidianamente lidiamos con unas construcciones abstractas meramente humanas. Debido a la familiaridad con que en las sociedades humanas hacemos uso de ellas dejamos incluso de ser conscientes de que son puras abstracciones. Me refiero a conceptos como el lenguaje, el sistema político o el Derecho. Conceptos que no se hallan sino en la cabeza de los seres humanos que los emplean y que se rigen según sus normas. Conceptos asumidos como naturales aunque realmente no lo son.
Este tipo de ideas y conceptos necesitan, al igual que los fenómenos naturales, un análisis y una reflexión, además de una reformulación abstracta. De igual manera que el científico y el ingeniero pretenden analizar, comprender y adaptar la realidad físicomaterial, los intelectuales desempeñan una realidad homóloga con las abstracciones del ser humano. Abstracciones por otra parte fundamentales para el funcionamiento de las sociedades y los grupos humanos como el desarrollo técnico.
A esto hay que añadir además su carácter aséptico. Su labor se ciñe a esos abstractos, sin que persigan una repercusión en el mundo material. Sus instrumentos son las ideas abstractas, los conceptos abstractos, y aunque no ha de excluirse su participación en el mundo material, no será éste el que los mueva, sino como una forma de llevar a cabo sus análisis y construcciones.
Por eso, desde aquí, quiero reivindicar el papel de todos aquellos que se dedican a esa labor de análisis y desarrollo de esos entes abstractos, cuya importancia se ignora aunque su valor es fácilmente calculable imaginando la supresión de los mismos.
Leonardo Da Vinci
Se habla con relativa frecuencia de los intelectuales con la intención de dar una legitimidad al mensaje que es transmitido por su parte, aprovechando el respeto que la sociedad les profesa y la autoridad (en su sentido etimológico) que les confieren. Que un mensaje sea promulgado por un llamado intelectual gana ciertos enteros, y es por ello que muchos se empeñen en llamar intelectual a cualquier cosa.
Es esto una más de las consecuencia de la sociedad actual, la sociedad del eufemismo, la sociedad del cambiarle el nombre a las cosas y de llamar a unos conceptos con la denominación de otros, de tal manera que la mente del oyente (o lector) se amolde y se oriente hacia un concreto pensamiento, lo que implica acercarnos cada día más al doblepensar orwelliano que trae consigo la pérdida de libertad que previó Confucio: “cuando las palabras pierden su significado, el hombre pierde su libertad”.
Una vez enunciada mi disconformidad con la definición (o el uso, mejor dicho) de intelectual que destaca en la sociedad actual, quiero proponer en esta entrada la mía propia.
Cotidianamente lidiamos con unas construcciones abstractas meramente humanas. Debido a la familiaridad con que en las sociedades humanas hacemos uso de ellas dejamos incluso de ser conscientes de que son puras abstracciones. Me refiero a conceptos como el lenguaje, el sistema político o el Derecho. Conceptos que no se hallan sino en la cabeza de los seres humanos que los emplean y que se rigen según sus normas. Conceptos asumidos como naturales aunque realmente no lo son.
Este tipo de ideas y conceptos necesitan, al igual que los fenómenos naturales, un análisis y una reflexión, además de una reformulación abstracta. De igual manera que el científico y el ingeniero pretenden analizar, comprender y adaptar la realidad físicomaterial, los intelectuales desempeñan una realidad homóloga con las abstracciones del ser humano. Abstracciones por otra parte fundamentales para el funcionamiento de las sociedades y los grupos humanos como el desarrollo técnico.
A esto hay que añadir además su carácter aséptico. Su labor se ciñe a esos abstractos, sin que persigan una repercusión en el mundo material. Sus instrumentos son las ideas abstractas, los conceptos abstractos, y aunque no ha de excluirse su participación en el mundo material, no será éste el que los mueva, sino como una forma de llevar a cabo sus análisis y construcciones.
Por eso, desde aquí, quiero reivindicar el papel de todos aquellos que se dedican a esa labor de análisis y desarrollo de esos entes abstractos, cuya importancia se ignora aunque su valor es fácilmente calculable imaginando la supresión de los mismos.
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