El director del periódico “The Banner” (Gail Wynand) representa en la película al hombre común de buenas intenciones que para lograr el éxito ha sacrificado sus convicciones. Sacrificio que, por otra parte, como persona también íntegra, no se perdona y espera la redención que sólo le será posible a través del arquitecto Hoark, donde ve plasmado lo que él querría ser o haber sido. Sin embargo, y pese a su nuevo juramento personal de mantenerse íntegro en sus convicciones, transige una vez más por las presiones de las masas y su consejo de dirección, acabando firmando un ediotiral en contra de su amigo Hoark. Cuestión que no se perdona y, en su función de hombre de honor, lo conduce al suicidio.
El personaje de Wynand representa o puede representar esa persona recta de intenciones que se abrumado y arrastrado por una opinión general en contra. Un poco el reflejo de lo que ocurre con frecuencia en las vidas cotidianas, quedando en un segundo escalón con respecto al semidiós Hoark, campeón de la integridad moral.
Por su parte, Ellsworth Monkton Toohey, el crítico de arquitectura del periódico de Wynand representa a ese hombre astuto que sabe manejar a las masas para, con ayuda de ellas, llegar al poder que tal y como confiesa a lo largo de la película, es su máxima aspiración. Suyas son afirmaciones del tipo que todo producto del hombre ha de estar a disposición de la sociedad de forma gratuita y altruista. Detesta a los genios porque son incorruptibles y funda su rencor en su propia mediocridad. Recuerda en cierta manera al reprimido del que habla Nietzsche en algunas de sus obras en el sentido de la ausencia de nobleza en sus actitudes, en su constante conspiración y en la transfiguración de valores como el altruismo o la igualdad para solapar el egoísmo y ansia de poder reales del propio personaje.
Es la contraposición de este personaje con Hoark lo que establece la cuestión principal de la película: ¿debe el individuo ajustarse en su configuración personal a las apetencias o caprichos de las masas?
Se mantiene también en la película, en boca de Toohey, que para controlar a la sociedad es necesario negar la personalidad y la autoestima del individuo, negándole su alma y espíritu, convirtiéndolo en un mero autómata al servicio de una sociedad que estará en todo caso controlada por unos pocos (en este caso, Toohey es el que crea la opinión pública y lidera a las masas). Hay, por otra parte, que tener en cuenta la época de la película (plena guerra fría y choque de los dos bloques capitalista y comunista) para poder matizar, como espectadores, el papel de Toohey, que en algunos momentos de la película puede confundirse con el mismo diablo.
Por último, en esta relación de personajes característicos de la película, hemos de encontrar a Peter Keating, al que podríamos describir como el mercenario o parásito: aquella persona que está dispuesta a vender su alma al demonio (como en efecto hace al anular su compromiso con Dominique Francon por la concesión de un edificio) por el éxito profesional. Nunca ha sido creativo, pero ni le ha hecho falta ni le importa: ha sabido estar al servicio de otros intereses más altos y ha prestado ese servicio de forma eficiente, aunque su castigo será el de ser alguien patético y carente de toda dignidad y principios, alguien que no merece el más mínimo respeto (lo que podría ser otra de las moralejas de la película).
Keating es el medio que utiliza Toohey para sus fines, es el eslabón intermedio entre masa y gobernante, es la herramienta necesaria para el triunfo del comunitarismo: un técnico o artistas al servicio de la sociedad (realmente, al servicio de los intereses de Toohey).
Este es el breve análisis de una película que genera incesantes debates. La caracterización y explicación de los personajes es una cuestión meramente personal y son muchas otras las cuestiones que suscita, como el papel del arte en la sociedad o, en esa misma sociedad, la función que ha de desempeñar la prensa. Sobre el poder y su atractivo también podría dar pie a hablar la película. Pero eso ya será otro día.
El personaje de Wynand representa o puede representar esa persona recta de intenciones que se abrumado y arrastrado por una opinión general en contra. Un poco el reflejo de lo que ocurre con frecuencia en las vidas cotidianas, quedando en un segundo escalón con respecto al semidiós Hoark, campeón de la integridad moral.
Por su parte, Ellsworth Monkton Toohey, el crítico de arquitectura del periódico de Wynand representa a ese hombre astuto que sabe manejar a las masas para, con ayuda de ellas, llegar al poder que tal y como confiesa a lo largo de la película, es su máxima aspiración. Suyas son afirmaciones del tipo que todo producto del hombre ha de estar a disposición de la sociedad de forma gratuita y altruista. Detesta a los genios porque son incorruptibles y funda su rencor en su propia mediocridad. Recuerda en cierta manera al reprimido del que habla Nietzsche en algunas de sus obras en el sentido de la ausencia de nobleza en sus actitudes, en su constante conspiración y en la transfiguración de valores como el altruismo o la igualdad para solapar el egoísmo y ansia de poder reales del propio personaje.
Es la contraposición de este personaje con Hoark lo que establece la cuestión principal de la película: ¿debe el individuo ajustarse en su configuración personal a las apetencias o caprichos de las masas?
Se mantiene también en la película, en boca de Toohey, que para controlar a la sociedad es necesario negar la personalidad y la autoestima del individuo, negándole su alma y espíritu, convirtiéndolo en un mero autómata al servicio de una sociedad que estará en todo caso controlada por unos pocos (en este caso, Toohey es el que crea la opinión pública y lidera a las masas). Hay, por otra parte, que tener en cuenta la época de la película (plena guerra fría y choque de los dos bloques capitalista y comunista) para poder matizar, como espectadores, el papel de Toohey, que en algunos momentos de la película puede confundirse con el mismo diablo.
Por último, en esta relación de personajes característicos de la película, hemos de encontrar a Peter Keating, al que podríamos describir como el mercenario o parásito: aquella persona que está dispuesta a vender su alma al demonio (como en efecto hace al anular su compromiso con Dominique Francon por la concesión de un edificio) por el éxito profesional. Nunca ha sido creativo, pero ni le ha hecho falta ni le importa: ha sabido estar al servicio de otros intereses más altos y ha prestado ese servicio de forma eficiente, aunque su castigo será el de ser alguien patético y carente de toda dignidad y principios, alguien que no merece el más mínimo respeto (lo que podría ser otra de las moralejas de la película).
Keating es el medio que utiliza Toohey para sus fines, es el eslabón intermedio entre masa y gobernante, es la herramienta necesaria para el triunfo del comunitarismo: un técnico o artistas al servicio de la sociedad (realmente, al servicio de los intereses de Toohey).
Este es el breve análisis de una película que genera incesantes debates. La caracterización y explicación de los personajes es una cuestión meramente personal y son muchas otras las cuestiones que suscita, como el papel del arte en la sociedad o, en esa misma sociedad, la función que ha de desempeñar la prensa. Sobre el poder y su atractivo también podría dar pie a hablar la película. Pero eso ya será otro día.
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