Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo.
Jorge Luis Borges
Vivimos en una era dónde las distancias se han acortado considerablemente gracias a las nuevas tecnologías en comunicación. Hoy, el contacto con cualquier parte del globo se lleva a cabo en tiempo real, casi simultáneo, con apenas milésimas de segundo de retardo.
La distancia hoy en día no es tal, como podía haber sido antaño. Los viajes son también mucho más breves y menos penosos. En horas podemos hacer el trayecto que antes se hacía en días; en días podemos hacer trayectos que una vez conllevó meses. Esa es la magia del progreso y la tecnología.
Pero la distancia no consiste únicamente en kilómetros, es algo más profundo, más espiritual. Puedes sentir a alguien cerca estando a millones de kilómetros, y sentir que alguien nunca estará al alcance, quedando tan sólo a escasos centímetros de uno.
Y aun así, aun pudiendo hablar diariamente, pudiendo comunicarse con alguien todos los días y hacer una vida diaria totalmente idéntica a la de todos los días, cuando sabes que una persona está a mil kilómetros de ti, las sensaciones son distintas. No sientes la seguridad que transmite el saber que en cualquier momento puedes salir corriendo en su busca y poder verla y sentirla. No sientes el sosiego que produce la capacidad de, en caso de extrema necesidad o desesperación, poder acudir a ella, y cerciorarte con tus manos y tus ojos que realmente ese alguien sigue ahí, sigue vivo.
Es realmente la potencialidad de estar con alguien lo que marca las distancias. Puedes llevar sin ver a tus vecinos cerca de cuatros años, pero sabes que viven ahí, sabes que están ahí, que sólo tienes que bajar y tocar al timbre, y poder verlos. Sin embargo, cuando uno de tus amigos se ha mudado, o está a kilómetros de ti; asusta el no poder saber que está bien, asusta el no poder salir corriendo en su busca y ofrecerle nuestra ayuda o preocupación. Sientes su distancia, aunque llevarais sin cruzaros años.
La distancia hoy en día no es tal, como podía haber sido antaño. Los viajes son también mucho más breves y menos penosos. En horas podemos hacer el trayecto que antes se hacía en días; en días podemos hacer trayectos que una vez conllevó meses. Esa es la magia del progreso y la tecnología.
Pero la distancia no consiste únicamente en kilómetros, es algo más profundo, más espiritual. Puedes sentir a alguien cerca estando a millones de kilómetros, y sentir que alguien nunca estará al alcance, quedando tan sólo a escasos centímetros de uno.
Y aun así, aun pudiendo hablar diariamente, pudiendo comunicarse con alguien todos los días y hacer una vida diaria totalmente idéntica a la de todos los días, cuando sabes que una persona está a mil kilómetros de ti, las sensaciones son distintas. No sientes la seguridad que transmite el saber que en cualquier momento puedes salir corriendo en su busca y poder verla y sentirla. No sientes el sosiego que produce la capacidad de, en caso de extrema necesidad o desesperación, poder acudir a ella, y cerciorarte con tus manos y tus ojos que realmente ese alguien sigue ahí, sigue vivo.
Es realmente la potencialidad de estar con alguien lo que marca las distancias. Puedes llevar sin ver a tus vecinos cerca de cuatros años, pero sabes que viven ahí, sabes que están ahí, que sólo tienes que bajar y tocar al timbre, y poder verlos. Sin embargo, cuando uno de tus amigos se ha mudado, o está a kilómetros de ti; asusta el no poder saber que está bien, asusta el no poder salir corriendo en su busca y ofrecerle nuestra ayuda o preocupación. Sientes su distancia, aunque llevarais sin cruzaros años.
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