06 septiembre 2024

Filia y Logos

La democracia es una forma superior de gobierno, porque se basa en el respeto del hombre como ser racional.

John Fitzgerald Kennedy

Siguiendo a Emilio Lledó, éste menciona que los antiguos griegos sostenían que había dos tipos principales de vinculación entre los sujetos de una sociedad: la “filia” y el “logos”. La primera de ellas supone un lazo emocional: un amor o afecto por los semejantes afectados principalmente por la lealtad o la simpatía hacia los otros. La segunda, sin embargo, la relación que presenta es una relación racional, un espacio común donde las representaciones tienden a ser lo más objetivas posibles, una objetivación de estas relaciones, ajenas lo más posible a la emotividad.

Estas dos fuerzas han estado presentes con más o menos intensidad en cualquier sociedad. Los vínculos de lealtad y pertenencia hacen que la sociedad coexista y cree sentimientos de pertenencia, de amor a la comunidad. Esta vinculación “filial” se ve complementada por la racionalización de las sociedades que, a través del “logos”, permiten la elaboración de normas y la búsqueda racional de la mejor forma de organización.

La política y las ideologías fluctúan entre estos dos elementos también. Hay movimientos o ideologías más cercanas a cada una de estas características. Así, es fácil ver el exceso de “filia” en el nacionalismo y pretendemos ver el dominio del “logos” en las democracias parlamentarias.

Esta última afirmación parece clara: los sistemas parlamentarios poseen una cámara (parlamento) donde la deliberación en el proceso de elaboración de las leyes es, a priori, fundamental. Esta cámara está llamada a ser la sede del debate y la confrontación de las ideas. Es el lugar donde mantener una suerte de conversación entre sensibilidades políticas diversas y donde el “logos”, el lenguaje y los conceptos comunes se hacen efectivos. Una parte puede referenciar, enmendar, criticar o alabar el discurso de otro. Y esto sólo es posible si existe ese espacio común de entendimiento que son, en el fondo, la lengua y la cultura.

La pérdida del “logos” en una sociedad supone, por tanto, un problema, en tanto que nos impiden la deliberación y el debate. Nos hace incapaces de hablar un mismo idioma, de unos mismos conceptos, lo que dificulta el posible acuerdo. Una sociedad sin acuerdos no puede derivar sino en una sociedad donde una parte impone a la otra. Estas imposiciones, a su vez, suponen a la larga agravios en los “impuestos”, lo que genera desafección.

España (e imagino que muchos otros países occidentales) en los últimos años ha entrado en una deriva de abandono del “logos”. Este abandono supone el abandono del espacio común y de la conversación. El sustituto está siendo la creación de una política de adhesiones. Uno sólo tiene que ver una sesión parlamentaria o un debate televisivo (entre políticos, sobre todo) para ver que son discursos aislados a los que el ciudadano sólo tiene la opción de sumarse o rechazarlo, pero parece difícil cualquier tipo de enmienda. La disidencia o, incluso, la matización, están cada vez más desterradas de la vida pública. Los partidos políticos son un prototipo de esto que digo, pero no es el único caso.

La perspectiva es algo desaladora, pero no irreversible. Tal vez, como ciudadanos, ajenos a partidos que subsisten cada vez más necesitados de adhesión, deberíamos buscar algún canal o alguna manera de volver a traer el “logos” a la vida pública: la construcción de un espacio común de diálogo, deliberación y debate; y exigir, quizás por la vía del ejemplo, a nuestros representantes que las cámaras de representación abracen, de nuevo, el “logos”.

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