El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman
La identidad y el carácter no son cosas que se forjen en un día. Más allá de las teorías del carácter y la personalidad que existen, hoy vengo a proponer una reflexión más profana. ¿Cuánto es el peso de otras personas en la forja de una personalidad o carácter? ¿Cuándo un elemento, característica, gusto o afición ajenos pasan a ser propios?
De cada individuo se pueden extraer una serie de elementos que son identificativos de éste, que lo definen y conforman. Algunos de ellos son biológicos (el chico de los ojos azules), otros sociales/familiares (la hija del panadero) y podríamos distinguir un tercero que son personales, como son los rasgos del carácter y los gustos o aficiones.
Estos primeros pueden provenir de una lucha del individuo contra sí mismo (los esfuerzos que se hacen contra la timidez) y de la imitación de otras personas, consciente o inconscientemente (como por ejemplo a nuestros padres). Estos elementos evolucionan gradualmente con las etapas de la edad y van marcándose o diluyéndose según los casos, pero en cualquier caso, es difícil determinar el origen de los mismos.
Sin embargo, con los gustos o aficiones, la determinación del origen puede observarse con relativa facilidad: un hijo que sigue al mismo de fútbol que su padre, por ejemplo. La cuestión es, cuándo esto ocurre, ¿cuándo pasa a ser esto un elemento identificativo del “imitador”? ¿Cuándo es parte de la personalidad del hijo la afición por ese determinado equipo?
En el caso de los equipos de fútbol, que suele hacerse en la infancia, podríamos concluir que esto se produce con el desarrollo de la personalidad del hijo, con la toma de conciencia de ese elemento como suyo: cuando siente por sí mismo y voluntaria y públicamente esa afición. Pensemos ahora en algo más sutil, como la afición por un libro, un grupo de música o una canción. Supongamos que un amigo recomienda a otro un libro que significa mucho para el obsequiante, y que el obsequiado acaba por disfrutar e interiorizar también. Supongamos un grupo de música que es recomendado por un amigo, por de él su favorito, y acaba por gustar más al que lo descubrió después. ¿De quién es ese rasgo? ¿Cuándo empieza a ser identificativo de esa persona el libro o la banda?
Seguramente pueda solucionarse esto desde el punto de vista inverso: esto es, que la identificación de las personas no provenga del sujeto identificado sino del identificante. Si yo conocí a Juan siendo muy devoto de un determinado libro, aunque Pedro lo haya sido después, para mí, el libro en cuestión definirá más a Juan que a Pedro.
Volviendo un poco a donde iba mi reflexión en su origen, los seres humanos transforman a los seres humanos con el simple contacto, con la simple relación. Si esta es más intensa, la transformación será mayor. Todos cambiamos de alguna manera al entrar en contacto con otros seres humanos: aprendemos de ellos, nos inspiramos de sus aficiones, gustos y maneras de ser. Es muy difícil que después de un contacto intenso con otra persona uno sea exactamente el mismo que antes de éste. Por eso, tal vez podamos afirmar que los mayores cambios en las personas no los producen sino otras personas.
Carl Gustav Jung
La identidad y el carácter no son cosas que se forjen en un día. Más allá de las teorías del carácter y la personalidad que existen, hoy vengo a proponer una reflexión más profana. ¿Cuánto es el peso de otras personas en la forja de una personalidad o carácter? ¿Cuándo un elemento, característica, gusto o afición ajenos pasan a ser propios?
De cada individuo se pueden extraer una serie de elementos que son identificativos de éste, que lo definen y conforman. Algunos de ellos son biológicos (el chico de los ojos azules), otros sociales/familiares (la hija del panadero) y podríamos distinguir un tercero que son personales, como son los rasgos del carácter y los gustos o aficiones.
Estos primeros pueden provenir de una lucha del individuo contra sí mismo (los esfuerzos que se hacen contra la timidez) y de la imitación de otras personas, consciente o inconscientemente (como por ejemplo a nuestros padres). Estos elementos evolucionan gradualmente con las etapas de la edad y van marcándose o diluyéndose según los casos, pero en cualquier caso, es difícil determinar el origen de los mismos.
Sin embargo, con los gustos o aficiones, la determinación del origen puede observarse con relativa facilidad: un hijo que sigue al mismo de fútbol que su padre, por ejemplo. La cuestión es, cuándo esto ocurre, ¿cuándo pasa a ser esto un elemento identificativo del “imitador”? ¿Cuándo es parte de la personalidad del hijo la afición por ese determinado equipo?
En el caso de los equipos de fútbol, que suele hacerse en la infancia, podríamos concluir que esto se produce con el desarrollo de la personalidad del hijo, con la toma de conciencia de ese elemento como suyo: cuando siente por sí mismo y voluntaria y públicamente esa afición. Pensemos ahora en algo más sutil, como la afición por un libro, un grupo de música o una canción. Supongamos que un amigo recomienda a otro un libro que significa mucho para el obsequiante, y que el obsequiado acaba por disfrutar e interiorizar también. Supongamos un grupo de música que es recomendado por un amigo, por de él su favorito, y acaba por gustar más al que lo descubrió después. ¿De quién es ese rasgo? ¿Cuándo empieza a ser identificativo de esa persona el libro o la banda?
Seguramente pueda solucionarse esto desde el punto de vista inverso: esto es, que la identificación de las personas no provenga del sujeto identificado sino del identificante. Si yo conocí a Juan siendo muy devoto de un determinado libro, aunque Pedro lo haya sido después, para mí, el libro en cuestión definirá más a Juan que a Pedro.
Volviendo un poco a donde iba mi reflexión en su origen, los seres humanos transforman a los seres humanos con el simple contacto, con la simple relación. Si esta es más intensa, la transformación será mayor. Todos cambiamos de alguna manera al entrar en contacto con otros seres humanos: aprendemos de ellos, nos inspiramos de sus aficiones, gustos y maneras de ser. Es muy difícil que después de un contacto intenso con otra persona uno sea exactamente el mismo que antes de éste. Por eso, tal vez podamos afirmar que los mayores cambios en las personas no los producen sino otras personas.
1 comentario:
Que bonita reflexión. El otro día me despertó los mismos pensamientos y sensaciones una publicación que decía..... Somos el resultado de los libros que leemos, los cafes que disfrutamos, los viajes que hacemos y las personas de las que nos rodeamos y/o amamos. Cuánta razón!!
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