Graham Greene
Pasa uno por la calle y ve un grupo de chavales jugando en el parque. Los sujetos en cuestión tendrán unos 8 años. Todos resultan parejos: ninguno mucho más alto que el resto ni ninguno destaca por su color del pelo. Son prácticamente uniformes. Casi clónicos. Hasta su vestimenta es muy similar. Lo que ellos no saben es que dentro de no muchos años sus vidas, prioridades y pensamientos serán completamente diferentes.
No deja de producir un efecto curioso cuando te vuelves a encontrar con alguien con quien has crecido o ves una fotografía de mucho tiempo ha. Puedes, por un lado, perfectamente reconocer a esa persona en vuestro espacio anterior común compartido. Sientes que la conoces. Sientes una confianza y una seguridad considerable. Todo esto a la vez que recalas en cómo de diferentes sois ahora, en cómo de separados son los caminos que cada cual eligió en su día. Tanto es así, que si no os uniera esos juegos pretéritos, probablemente jamás cruzarías ninguna palabra con esa persona o, al menos, no tendrías demasiado interés en profundizar esa relación. Sois, al mismo tiempo, viejos conocidos y profundos extraños.
El pasado común es en este caso la única argamasa de esta amistad (que aunque no puedes considerar a esta persona tu amigo, repito lo escrito arriba, existe una confianza que tampoco la hace ajena a ti, ni se puede considerar como un desconocido). El haber compartido con estas personas emociones y sensaciones en los tiempos en los que estos eran plenamente sinceros y nobles, donde no había mayor interés en la amistad que la amistad en sí misma (pensad en la amistad de los niños y púberes) hace que la sensación de afecto que sintamos de la otra persona lo tomemos como sincero, y sin la mediación de otros intereses subyacentes (dinero, trabajo, poder, etc.).
Es tal vez por eso que cuando nos reencontramos con personas que han formado parte de nuestro sintamos los coletazos aún hoy de aquellos sentimientos puros y nobles. Y es por eso también, quiero creer, que las amistades que se forjan en los primeros años de nuestra juventud durarán para siempre, porque están fundadas sobre esos mismos sentimientos nobles que decía, sin que medie otro tipo de interés o compromiso que desvirtúe a la propia amistad.
¿Sucede esto mismo con las naciones y sociedades? ¿Es por eso tan necesaria la historia común de los pueblos y es por eso el constante y continuo esfuerzo por reescribirla e inventarla? Eso ya lo dejaremos para otro entrada.
Cabe también sorprenderse, y tal vez otro día vuelva sobre el mismo tema, de cómo (retomemos la imagen del grupo de niños en el parque) seres completamente uniformes las personalidades, experiencias y prioridades hayan hecho llegar a cada uno a lugares tan extraordinariamente diferentes, siendo cada uno de estos lugares de la vida, además, opciones de vida que probablemente también nosotros podríamos haber cursado. ¿Dónde se determinan las vidas? ¿Cuándo los caminos comienzan a separarse? ¿Cuándo uno conforme la esencia de lo que realmente será el resto de su vida? Estas cuestiones, como las anteriores, las dejaremos para otra entrada.
No deja de producir un efecto curioso cuando te vuelves a encontrar con alguien con quien has crecido o ves una fotografía de mucho tiempo ha. Puedes, por un lado, perfectamente reconocer a esa persona en vuestro espacio anterior común compartido. Sientes que la conoces. Sientes una confianza y una seguridad considerable. Todo esto a la vez que recalas en cómo de diferentes sois ahora, en cómo de separados son los caminos que cada cual eligió en su día. Tanto es así, que si no os uniera esos juegos pretéritos, probablemente jamás cruzarías ninguna palabra con esa persona o, al menos, no tendrías demasiado interés en profundizar esa relación. Sois, al mismo tiempo, viejos conocidos y profundos extraños.
El pasado común es en este caso la única argamasa de esta amistad (que aunque no puedes considerar a esta persona tu amigo, repito lo escrito arriba, existe una confianza que tampoco la hace ajena a ti, ni se puede considerar como un desconocido). El haber compartido con estas personas emociones y sensaciones en los tiempos en los que estos eran plenamente sinceros y nobles, donde no había mayor interés en la amistad que la amistad en sí misma (pensad en la amistad de los niños y púberes) hace que la sensación de afecto que sintamos de la otra persona lo tomemos como sincero, y sin la mediación de otros intereses subyacentes (dinero, trabajo, poder, etc.).
Es tal vez por eso que cuando nos reencontramos con personas que han formado parte de nuestro sintamos los coletazos aún hoy de aquellos sentimientos puros y nobles. Y es por eso también, quiero creer, que las amistades que se forjan en los primeros años de nuestra juventud durarán para siempre, porque están fundadas sobre esos mismos sentimientos nobles que decía, sin que medie otro tipo de interés o compromiso que desvirtúe a la propia amistad.
¿Sucede esto mismo con las naciones y sociedades? ¿Es por eso tan necesaria la historia común de los pueblos y es por eso el constante y continuo esfuerzo por reescribirla e inventarla? Eso ya lo dejaremos para otro entrada.
Cabe también sorprenderse, y tal vez otro día vuelva sobre el mismo tema, de cómo (retomemos la imagen del grupo de niños en el parque) seres completamente uniformes las personalidades, experiencias y prioridades hayan hecho llegar a cada uno a lugares tan extraordinariamente diferentes, siendo cada uno de estos lugares de la vida, además, opciones de vida que probablemente también nosotros podríamos haber cursado. ¿Dónde se determinan las vidas? ¿Cuándo los caminos comienzan a separarse? ¿Cuándo uno conforme la esencia de lo que realmente será el resto de su vida? Estas cuestiones, como las anteriores, las dejaremos para otra entrada.
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