Supongo que muchos de vosotros habreís visto la película de Woody Allen “Match Point”. En ella se trata el asunto del azar, tan presente en nuestras vidas pero tan olvidado y relegado a un segundo plano.
Seguramente sean incontables las veces que hemos dicho “¡uy! Por poco”. Y no os preguntáis, ¿qué hubiera pasado si hubiera sucedido lo contrario?.
Hay quién opina que todo está predestinado, que somos parte de un guión ya escrito; pero el hecho de no saber qué pasará o deje de pasar hace que tengamos esa sensación de completa incertidumbre y de falsa sensación de libertad. Normalmente quién aboga por esta tesis se basa en la causalidad de las cosas, en que todo tiene una explicación.
Sucede sin embargo que la causalidad tiene dos vertientes, dos puntos de vista: un punto de vista de “cómo” y un punto de vista de “para qué”. En una en efecto se expresa causa y en la otra finalidad; y tendemos a mezclaras.
La visión de la causalidad entiende que todo tiene una explicación, todo tiene unas ecuaciones matemáticas que pueden explicarnos lo sucedido. Pero no es esa la cuestión. La cuestión es “¿estaba eso previsto que pasara? ¿Perseguía un fin?”.
Viendo la causalidad desde el punto de vista de la finalidad yo reniego de la teoría del destino y creo en el azar. No creo que haya nada preestablecido, si no que cada día se establecen para nosotros una serie de factores que nadie tiene previstos, que nadie prevé y que sin embargo suceden. Ese es el azar.
Y una vez que ha transcurrido ese acontecimiento azaroso es cuando comprendemos la gran diferencia de resultados ante el insignificante cambio; como por ejemplo puede ser dirigirse hacia izquierda o derecha, frenar un segundo más tarde o estar en un sitio concreto a una hora concreta. Es entonces cuando comprendemos la grandeza del azar.
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