Fabrizio Mejía Madrid
Reducir la personalidad de las personas a una etiqueta en la que se resuman su cualidades personales es una simplificación lo suficientemente palpable como para no ser tenida en cuenta como patrón científico o dogma de fe. No obstante, no deja de ser menos cierto que existen ciertos modelos de personalidad, ciertos elementos comunes entre personas que permiten construir una suerte de estereotipo que más o menos abarquen los principales rasgos de una persona. Estos roles, modelos o estereotipos se observan con mayor nitidez en el arte. Piénsese, por ejemplo, en la literatura y en las figuras que representan determinados personajes en determinados géneros, siendo, además, la existencia de estos tipos de personajes lo que en la mayoría de ocasiones determina el género en sí.
Es también bastante común que el romántico sea un altruista: dedique sus esfuerzos para el bien de los demás y que sea este bien de los demás el que fundamente el suyo propio. Un romántico es capaz de sacrificar su propia felicidad por la de los demás, ya que entiende que esos demás es una causa más grande que uno mismo. Un romántico es un pintor de causas, un arquitecto de edificios de ideas y conceptos que sabe minimizarse a sí mismo con tal de que la obra sobreviva y sobrepase a sí mismo. El romántico cree en la utopía. Cree que todo es posible con el suficiente esfuerzo. Cree en el cambio de las cosas, en la mejora, en el progreso. Mira hacia delante siempre.
El cínico, por su parte, no cree en nada más que en sí mismo. Él es dueño y señor de propia vida. Nada rige por encima de su soberana voluntad, sin importarle las consecuencias. Su satisfacción es el control de sí mismo, de su emocionalidad, que siempre ha de aparentar ser nula, y de su voluntad. La sensibilidad no es sino una muestra de debilidad.
El cínico no siente ni padece. Es un tipo duro. No reconoce autoridad y no le teme a las consecuencias de nada. Todo da absolutamente igual. Bebe porque quiere, por disfrutar el momento, por crear una realidad que durará como mucho hasta la resaca del día siguiente. Tiene un aire resuelto y no hace planes para más de una hora. Vive al día. Vive al momento. No le importa donde pasará la noche ni donde comerá, ni si comerá incluso.
El cínico quiere vivir el momento y demostrarse a sí mismo que absolutamente nada merece la pena. Que todo es una farsa. Que toda idea más allá de beberse una copa o echar un polvo no es más que un idealismo, que ni da de comer ni proporciona placer, y, por tanto, no merece la pena mover ni un ápice por ella. Lo que importa es lo que se toca, lo que se siente ahora, no a través de fraudes envueltos en gratificaciones diferidas, en supuestas sensaciones de bienestar futuro. Pensar no da de comer ni aporta absolutamente nada.
Este personaje, cree que todo sistema no es más que una jaula que, al final, beneficiará a un determinado grupo de individuos. Siempre hay una intencionalidad oscura detrás de cada buena obra. Al cínico no le importa si el mundo cambia o sigue igual. Sabe que no puede cambiarlo y considera que intentarlo si quiera es un acto de ingenuidad.
Habiendo visto estos dos perfiles tan sumamente opuestos puede parecer paradójico que, en la mayoría de los casos, cuando uno rasca un poco dentro del corazón los cínicos, se da cuenta de que éstos no son más que unos románticos frustrados. Románticos que han sufrido la decepción de sus ideas a través de la realidad. Personas que han creído tanto en sus ideas y en su concepción perfecta del mundo que al chocar con realidad se han visto tan sumamente frustrados que no pueden soportar el dolor y deciden huir, deciden que a partir de ese momento ninguna gran obra o idea puede merecer más la pena que el presente, el ahora o el yo. Todo cínico ha sufrido una gran desilusión. Lo que se esconde detrás de los cínicos, como bien apuntó una vez un buen amigo mío, es la desesperanza, y es esa desesperanza, fruto muchas veces de la frustración, la que lo hace seguir las pautas cínicas y aferrarse a lo material, al ahora porque se les hace imposible tener fe en ningún futuro posible. El futuro les duele todavía.
Sin embargo, no parece que el cinismo sea para siempre ya que se basa en la voluntad de no creer. Es harto probable que en cuanto aparezca un atisbo de esperanza, el cínico abrace poco a poco, suavizando la voluntad de no creer en nada, y nunca exento de recelo, hasta, sin darse cuenta, volver donde solía y volver a mirar al futuro como un lugar donde se puede estar mejor.
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