Poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
Estamos hartos de escuchar mensajes desde todas partes en pro de la integración de las personas en la sociedad. Todas las personas, incluso las que no quieren integrarse, han de estar integradas. Todo hemos de vivir en paz y armonía bajo las mismas normas, costumbres y valores. ¿Pero es realmente esta integración un acto de solidaridad o de egoísmo?
Integrar puede entenderse como el hecho de inculcar y permitir a diferentes adoptar costumbres y hábitos propios. Para integrar a alguien el primer paso es que este sujeto quiera integrarse; porque si no estaremos hablando de imposición y, según el grado, de adoctrinamiento. La integración ha de ser una oferta más que un hecho, una posibilidad, un gesto voluntario de acercamiento entre grupos diferentes.
Lo natural del hombre no es la aceptación de todos los grupos de personas ni toda la clase de costumbres. Es más, lo natural es despreciar lo diferente, ya que supone un ataque a nuestra identidad, a nuestro yo, a lo que somos; y la forma más fácil de reafirmar el yo es negar cualquier otra realidad diferente a la nuestra.
Esta reacción es propia de personas y grupos inseguros, de gente temerosa de dejar de ser lo que es, de no tener un concepto claro de lo que se es y no querer mezclarse para con el resto; para intentar así preservar su identidad. Cuando un ideal o concepto se mantiene únicamente con el argumento de que es propio, que es de uno, y todas las bondades que él puede darse son esas; nunca podrá ser del todo bueno, y es probable que su vida sea corta y efímera.
Es siempre necesaria la elaboración de un “yo”, de labrarnos una identidad. Pero ésta ha de estar cimentada en principios. Por ello, una personalidad (individual o colectiva) fuerte no va sino a ganar del intercambio con otros “yo”. El rechazo a la diversidad sólo es un síntoma de inseguridad y debilidad.
La historia nos da claros ejemplos: los grandes imperios han sido aquellos que a la vez que conquistaban pueblos, los respetaban e integraban; respetando sus costumbres y tradiciones, creencias y cultura. Alejandro Magno es posiblemente el ejemplo más claro: ha sido el imperio más grande en menos tiempo construido. Y la clave de su éxito puede deberse a la aceptación e integración de las culturas y pueblos que iba conquistando.
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.
León Felipe
Estamos hartos de escuchar mensajes desde todas partes en pro de la integración de las personas en la sociedad. Todas las personas, incluso las que no quieren integrarse, han de estar integradas. Todo hemos de vivir en paz y armonía bajo las mismas normas, costumbres y valores. ¿Pero es realmente esta integración un acto de solidaridad o de egoísmo?
Integrar puede entenderse como el hecho de inculcar y permitir a diferentes adoptar costumbres y hábitos propios. Para integrar a alguien el primer paso es que este sujeto quiera integrarse; porque si no estaremos hablando de imposición y, según el grado, de adoctrinamiento. La integración ha de ser una oferta más que un hecho, una posibilidad, un gesto voluntario de acercamiento entre grupos diferentes.
Lo natural del hombre no es la aceptación de todos los grupos de personas ni toda la clase de costumbres. Es más, lo natural es despreciar lo diferente, ya que supone un ataque a nuestra identidad, a nuestro yo, a lo que somos; y la forma más fácil de reafirmar el yo es negar cualquier otra realidad diferente a la nuestra.
Esta reacción es propia de personas y grupos inseguros, de gente temerosa de dejar de ser lo que es, de no tener un concepto claro de lo que se es y no querer mezclarse para con el resto; para intentar así preservar su identidad. Cuando un ideal o concepto se mantiene únicamente con el argumento de que es propio, que es de uno, y todas las bondades que él puede darse son esas; nunca podrá ser del todo bueno, y es probable que su vida sea corta y efímera.
Es siempre necesaria la elaboración de un “yo”, de labrarnos una identidad. Pero ésta ha de estar cimentada en principios. Por ello, una personalidad (individual o colectiva) fuerte no va sino a ganar del intercambio con otros “yo”. El rechazo a la diversidad sólo es un síntoma de inseguridad y debilidad.
La historia nos da claros ejemplos: los grandes imperios han sido aquellos que a la vez que conquistaban pueblos, los respetaban e integraban; respetando sus costumbres y tradiciones, creencias y cultura. Alejandro Magno es posiblemente el ejemplo más claro: ha sido el imperio más grande en menos tiempo construido. Y la clave de su éxito puede deberse a la aceptación e integración de las culturas y pueblos que iba conquistando.
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