Todo el mal que puede desplegarse en el mundo se esconde en un nido de traidores.
Internet ha facilitado de manera drástica el anonimato de las personas. Es muy fácil verter en la red una opinión, establecer comunicación con desconocidos o acceder a servicios pudorosos. Internet ha proporcionado tal cantidad de facilidades que podemos fingir fácilmente una segunda vida. Es más, hay programas (Second Life) que hacen que esta segunda vida sea real.
¿Pero por qué recurrimos al anonimato? ¿Qué es lo que realmente nos asusta? Me temo que el mayor miedo que presenta la gente es que vinculen un nombre o una cara a una serie de actos o comentarios. Dichos actos y comentarios que no han de ser aprobados por la sociedad o que de una u otra manera nos hagan retraernos o provoquen en nosotros vergüenza, porque si fueran actos honrosos y decorosos no tendríamos de qué temer. ¿O sí?
Tal vez lo que nos asuste sean las multitudes, el desenvolvernos en público o ante más de una persona o un grupo reducido. Digamos que tenemos el responder ante nuestros actos, el que puedan recriminarnos en pública una acción y un comentario y que lo que no seamos sea capaces de defendernos.
También puede ser que lo que nos dé miedo sea arriesgar. Arriesgar una reputación o un comentario en contra. Tal vez prefiramos mantenernos al margen antes que promulgar o actuar conforme nuestro instinto o convicciones. Y que por ese miedo a arriesgar, recurramos al anonimato para que la acción quede hecha o el comentario dicho, pero la repercusión en nosotros desaparezca.
Sea cual fuere, el denominador común de todas estas posibilidades me temo es la falta de confianza en una mismo, de seguridad. No acabamos de estar convencidos de, o bien, lo que hacemos, o bien cómo lo hacemos, y por eso tendemos a escondernos bajo un pseudónimo o bajo un número de IP.
De cualquier manera, lo que deberíamos procurar entonces es pensar bien lo que hacemos (o pretendemos hacer), y una de dos: o cambiarlo de tal manera que quedemos convencidos; o bien convencernos de que es correcto el planteamiento y pasar a la acción. Si es algo positivo, no tenemos de qué temer; y si no lo es, es malo y por tanto inmoral, ¿por qué queremos realizarlo?
Francesco Petrarca
Internet ha facilitado de manera drástica el anonimato de las personas. Es muy fácil verter en la red una opinión, establecer comunicación con desconocidos o acceder a servicios pudorosos. Internet ha proporcionado tal cantidad de facilidades que podemos fingir fácilmente una segunda vida. Es más, hay programas (Second Life) que hacen que esta segunda vida sea real.
¿Pero por qué recurrimos al anonimato? ¿Qué es lo que realmente nos asusta? Me temo que el mayor miedo que presenta la gente es que vinculen un nombre o una cara a una serie de actos o comentarios. Dichos actos y comentarios que no han de ser aprobados por la sociedad o que de una u otra manera nos hagan retraernos o provoquen en nosotros vergüenza, porque si fueran actos honrosos y decorosos no tendríamos de qué temer. ¿O sí?
Tal vez lo que nos asuste sean las multitudes, el desenvolvernos en público o ante más de una persona o un grupo reducido. Digamos que tenemos el responder ante nuestros actos, el que puedan recriminarnos en pública una acción y un comentario y que lo que no seamos sea capaces de defendernos.
También puede ser que lo que nos dé miedo sea arriesgar. Arriesgar una reputación o un comentario en contra. Tal vez prefiramos mantenernos al margen antes que promulgar o actuar conforme nuestro instinto o convicciones. Y que por ese miedo a arriesgar, recurramos al anonimato para que la acción quede hecha o el comentario dicho, pero la repercusión en nosotros desaparezca.
Sea cual fuere, el denominador común de todas estas posibilidades me temo es la falta de confianza en una mismo, de seguridad. No acabamos de estar convencidos de, o bien, lo que hacemos, o bien cómo lo hacemos, y por eso tendemos a escondernos bajo un pseudónimo o bajo un número de IP.
De cualquier manera, lo que deberíamos procurar entonces es pensar bien lo que hacemos (o pretendemos hacer), y una de dos: o cambiarlo de tal manera que quedemos convencidos; o bien convencernos de que es correcto el planteamiento y pasar a la acción. Si es algo positivo, no tenemos de qué temer; y si no lo es, es malo y por tanto inmoral, ¿por qué queremos realizarlo?
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