Uno de los objetivos de la ciencia es el descubrir el funcionamiento de los distintos objetos que estudian. Incluso en las “ciencias” modernas, como son las sociales o las jurídicas, persiste la obsesión de encontrar un mecanismo universal que rija el comportamiento de aquello que estudian. Hay, sobre todo a partir del positivismo, una tremenda obsesión de racionalizar y universalizar todo lo que al ser humano rodea, creyendo que ésta es la única fuente de conocimiento válida.
Se han conseguido cuantiosos logros en áreas donde el objeto de estudio parece ser estático. Las ciencias naturales son el ejemplo más claro. Todo avance que se ha hecho en este campo ha partido de que el mundo es el que es y va a permanecer para siempre. Pero, ¿es eso cierto? Por ejemplo, en geología, concretamente el área que estudia la evolución de la Tierra nos permite obtener conocimiento gracias a que los cambios son relativamente lentos (tomando como punto de referencia la vida media del ser humano). Creemos así que los climas son universales, que los periodos de lluvia, las estaciones, etc. son y serán así por siempre. En cierta manera, parece que así será por lo menos hasta que esta generación (y muy probablemente la siguiente, y la siguiente, y la siguiente) perezcan, pero esto no indican que ese conocimiento sea universal, que la Tierra haya tenido siempre estos climas, o que el Everest sea el pico más alto del mundo.
Algo similar ocurre en Astronomía, donde tomamos el mapa del cielo como eterno, cuando bien sabemos que éste cambio a lo largo de los años, aunque sus perturbaciones no afecten en toda una generación.
Sin embargo, cuando tocamos materias relativas al ser humano, la cosa cambia. Las sociedades cambian con cierta celeridad, las leyes prácticamente todos los años, cada día estamos escribiendo parte de la Historia, las fronteras son fácilmente moldeables, las lenguas andan en continua evolución, etc. Todos estos elementos relativos al hombre son fácilmente moldeables, y es muy probable que en una misma generación se hayan producido muy diversos cambios en diferentes áreas del conocimiento relativas a las humanidades.
Pretendemos siempre lo estático, cuando ciertamente, todo es dinámico. Tenemos métodos que nos permiten únicamente conocer el instante concreto de las cosas, como simples fotografías, pero desconocemos aquellos que nos permiten analizar las evoluciones o predecir los cambios. ¿O acaso alguien sabe cómo será el clima dentro de 10.000 años o cuándo ocurrirá el siguiente terremoto?
Necesitamos creer que todo es universal, que todo es estático y quieto para a partir de ahí inferir conocimiento de un modo lógico. Necesitamos la seguridad del instante, de lo constante. Somos incapaces de concebir que absolutamente todo está en un continuo cambio, más o menos rápido, y que todo lo que hasta hoy conocemos, probablemente deje de ser cierto en un tiempo finito. Tenemos la obsesión de creer que el mundo será siempre tal y como hoy lo concebimos, que las sociedades son inmutables y que las leyes siempre apropiadas.
El conocimiento es válido y útil hoy, pero no podemos asegurar nada de mañana. La obsesión por lo universal es mera vanidad del ser humano, queriendo que su legado y conocimiento perdure por los siglos. Una parte más de su instinto de supervivencia.
Por otro lado, habríamos de analizar el objetivo del conocimiento. Al fin y al cabo, éste no tiene otra función que facilitar la vida al hombre, satisfacer sus necesidades, ya sean físicas o espirituales. El saber que tiene el ser humano le es suficiente para solventar los problemas diarios y las cuestiones éticas del momento, pero ha de tener siempre conciencia de que lo que sabe y presupone eterno es sólo válido en una estrecha franja temporal, aunque para convencerse de ese saber necesite disfrazarlo de universalidad.
Por eso, cuando uno pretender saber qué lleva al hombre a comportarse de una determinada manera, cuáles son los valores de la humanidad, cuál es el motor del comportamiento del hombre, no puede aspirar a otra cosa que no sea conocer qué principios, valores e ideas han perdurado por más tiempo entre los seres humanos, sabiendo que hubo un día en que no existieron y que habrá uno en que no existirán.
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