Puede que le pase a más de uno que tenga primos o tíos que no haya visto jamás en su vida. No obstante, estas personas no dejan de ser familia tuya, gente de la misma sangre, que se dice.
La sangre ha sido a lo largo de la Historia una razón extra para tomar una actitud hacia cierta persona. Los reyes han heredado a sus hijos, y si no a sus hermanos; y a las malas a cualquier otra persona que llevara consigo un parecido genético.
También ha sido fuera de nobleza un nexo importante. El hecho de que tus padres te presentaran a esa persona como un familiar tuyo, hacía que ese alguien fuera visto por ti de manera diferente, como con más respeto, con una especie de admiración y condescendencia.
Sin embargo, si miramos desde un punto de vista más racional llegamos a la conclusión de que la sangre no tiene por qué significar nada. Hoy en día un padre (lazo más cercano junto con el de la madre) puede ser la persona a la que su hijo más estime en este mundo, del que más formación, educación y protección reciba.
Y a la vez, en ese mismo mundo, nos encontramos con su homólogo antagonista. Padres que abandonan a sus hijos, que los maltratan, que comercian con ellos un divorcio. Gente cuyo hijo no es más que una posesión, una carga.
¿Y qué es entonces la sangre? Una mera anécdota. Algo puramente circunstancial. Porque lo que hace querer a alguien no siempre emana del parentesco, sino de la voluntad y del tiempo y de las actividades que compartan.
Así, unos padres que desean tener un niño están dispuestos a hipotecar parte de su vida por él, a dedicar su tiempo y su esfuerzo. Pero quien “se encuentra” con un hijo, quien no deseaba su nacimiento lo repudiará y puede que hasta lo odie por haberle usurpado parte de su tiempo.
Y de igual manera sucede con el resto de familiares. Quieres más a aquel con quien más te relaciones; y sueles relacionarte con quienes tus padres se relacionan, al menos en el periodo de la infancia. Tus hijos se relacionarán con quién tu te relaciones; y así, la cadena continúa hacia abajo de generación en generación.
Y siempre prima el tiempo (y las actividades que desempeñemos, de la misma manera que sucede con la amistad) que pasamos con la persona, frente al lazo de sangre o parentesco, que lo más que puede concederte es una predisposición positiva a la hora de relacionarte con dicha persona.
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